En medio de uno de los momentos más desafiantes de la historia reciente, nació una propuesta gastronómica que hoy trasciende lo culinario. Fundado en julio de 2020, en plena pandemia, Punto Criollo se ha consolidado como mucho más que un restaurante: es un auténtico punto de encuentro para la comunidad venezolana en Miami y un homenaje viviente al sabor, la cultura y la calidez del país caribeño.

Detrás de esta iniciativa están Angie Gómez y Tomás Álvarez, un matrimonio que transformó la incertidumbre en una oportunidad para reconectar con sus raíces y compartirlas con los demás. Impulsados por su amor por la cocina tradicional, decidieron crear un espacio donde los sabores de casa pudieran reconfortar el alma y brindar un poco de esperanza en tiempos difíciles.

Lo que comenzó como un sueño en medio de la adversidad, se ha convertido en una referencia obligada dentro del panorama gastronómico de la ciudad. Desde su apertura, más de 250 artistas venezolanos han visitado Punto Criollo, encontrando en este cálido rincón no solo platos auténticos, sino también una atmósfera que evoca el hogar, la familia y los recuerdos.

La propuesta de Punto Criollo va mucho más allá del menú. Si bien destacan clásicos como las arepas, el pabellón criollo, las cachapas y los tequeños, la verdadera esencia del lugar radica en la experiencia sensorial y emocional que ofrece a cada comensal. Es un lugar donde los sabores reconectan con la identidad y donde cada visita se convierte en una celebración de la venezolanidad.
“Queríamos crear un lugar donde los venezolanos se sintieran en casa, y al mismo tiempo compartir nuestra cultura con todo el que entre por la puerta”, expresa Angie Gómez, cofundadora del restaurante.

Con una ubicación privilegiada y una propuesta culinaria que honra las raíces venezolanas sin perder autenticidad, Punto Criollo se ha convertido en una parada imprescindible para quienes buscan sabor, tradición y el inconfundible calor humano que define a Venezuela.
Hoy, al celebrar su quinto aniversario, Punto Criollo sigue demostrando que la buena comida puede ser mucho más que un deleite: puede ser un puente emocional, una forma de resistencia cultural y un recordatorio constante de que el hogar también se puede construir lejos de casa.
